miércoles, julio 19, 2006

Quién engañó a Supermán.

El acomodador del cine entró por enésima vez a la sala; en esta sesión tan solo habían pagado su entrada dieciséis personas para ver a Supermán. Daba igual, cuanta menos gente, más ruido, risas y molestias para aquellos que aman el cine.

Cine Cervantes sesión de las ocho y media, un niño comienza a hablar como si estuviera en el salón de su casa jugando con sus Pokémon, y mientras tanto, los demás, aguantando. Lo gracioso es que la culpa no fue del niño, ni mucho menos un chico de seis años aproximadamente puede conocer cual es el comportamiento en un cine por ciencia infusa. Los padres, cómplices de este asesinato de tiempo y dinero, callados como inconfesos, permitían que su sique avanzara hasta el estado de chulería y consentimiento que más tarde achacarán al colegio y mas tarde aún, si llegan, al instituto.

Y para eso estaremos los maestros, profesores y educadores, para aguantar la falta de educación que supuestamente no se aprehende en los centros de enseñanza.

Como colofón, en la última escena, el celuloide dijo hasta aquí hemos llegado y reivinidicó su importancia en una situación como esta; pasó lo que tenía que pasar: como todos los que allí estabamos, el rollo de película (de aburrida nada, no me malinterpreten que ya les estoy viendo) acabó quemándose.

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