domingo, agosto 06, 2006

Folk de Albacete

Contaba la leyenda que una joven princesa árabe terminó su paseo cansada y sentóse a la orillita del río frío, a descansar y beber agua.

Estando allí escuchose una dulce melodía que provenía del agua; ella metió los pies en el ancho torrente para ver de donde salían esas notas tan bellas.

Miró a la cara al agua y se vió a si misma, mayor, cincuentona y pelo cano, arrugas y un instrumento en la mano. Se miraron, la del agua sonreía, la otra solo respiraba hondo con la boca abierta.

Pasaron varios minutos hasta que la imagen mojada salío del agua, se acercó a la princesa y le tocó el hombro. "Aprende a tocar esta canción". Y conforme lo dijo, se desvaneció de nuevo como nube en agosto.

Descalza y palpitante, corrió hasta el palacio, donde buscó al maestro para explicarle que habìa ocurrido. Éste, le dio el intrumento sonriendole, como si supiera lo que había ocurrido.

Y desde ese día ella comenzò a aprender música, mucha música, sin saber el porqué de todo aquello. Pasaron los años y se hizo una experta, una gran música a la cual todos respetaban.

Un día llegó a palacio un apuesto princípe, de barba picuda y ojos negros. Su sable era de plata y con él traía un séquito de doscientos esclavos. Venía a tomarla como esposa.

Ella al verlo, lloró, porque no creía que fuera el hombre de su vida. Lloró de la única forma que podía llorar, tocándo la música más triste que supo.

El principe al oirla, lloró y se marchó por donde había venido, sin saber porque la tristeza invadía su alma. Volvío a su lejano país con su sable de plata y con ciento noventa y nueve esclavos.

Si jovenes lectores, uno de ellos entendió el llanto musical de la princesa y decidió escapar del yugo de su amo. Cortó su relación escondiendose en el cuarto de la música, lugar donde ella tocaba.

Al caer la noche, la princesa se acercó a dicha habitación a tañir su laud y a cantar un rato para adormecer al palacio entero cuando se encontró en un rincón al esclavo, muerto de frío y miedo, tembloroso de que ahora fuera peor.

Todo lo contrario, la princesa al verlo, se dio cuenta de todo; aquella visión del agua le había llevado a aprender música para evitar el casamiento con aquel principe no deseado y así poder elegir. Y eligió, justo en el momento en que miró a los ojos a aquel joven de grandes ojos negros y cabellera caoba.

Le cogío de la mano y le sonrió. "Ven conmigo, serás mi música".

Y juntos reinaron para siempre, con la melodía de aquella música que en un tiempo lejano, ella mismo se enseñó.


(No comieron perdices porque no le gustaban a el, pero si comieron de todo lo demás)


FIN

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